sábado, 18 de enero de 2014

Maldito mundo vegetal.

De pequeña odiaba las flores. De hecho, las sigo odiando. Supongo que porque nunca me las han regalado. Cuando tenía siete años recuerdo que cada vez que salía a la plaza (porque aquí en Andalucía, o por lo menos en mi pueblo es "plaza" con "z", nada de "parque", "paseo", ni pijerías de esas), me llevaba horas buscando una flor bonita y por supuesto que no tuviera ningún bicho revoloteando alrededor para poder arrancarla sin que nadie me viese y regalársela a mi madre. Ella fingía que le encantaba y todos contentos: "Gracias cariño", decía. También recuerdo el día que un imbécil, me la robó. Me quitó la flor que me había llevado horas buscando. Era la más rosa de toda la plaza y me encantaba, pero solo salía en primavera y ese día era el primero que la veía después de un año. Pensaba dársela a mi madre para que me lo agradeciera con un fuerte abrazo y un beso que durara horas. Pero me la habían robado. En estos casos de extrema urgencia mi abuela era mi solución. Me lancé llorando a ella y le dije que Joseto era el culpable de mi desgracia. Su única ocurrencia fue decirme que era porque estaba enamorado de mí, que lo único que quería era hacerme rabiar porque no sabía como decirme que le gustaba. A partir de entonces lo miraba con otros ojos. Joseto no era tan feo. Tenía los ojos verdes y empecé a darme cuenta de que no era capaz de sonreír sin mover las orejas. Cuando estaba asustado no llamaba a La Pili (su madre), si no que abría los ojos al máximo para disimular su miedo y se quedaba quieto, pasmado como un tonto. Era listo. Un poco vago pero muy inteligente. Sabía leer mejor que el resto de la clase y le encantaban los libros de aventuras. Su favorito era Simbad el Marino. Me di cuenta de que no estaba tan mal. Que quizás me gustaba. Quizás le quería como novio, pero solo si él me lo pedía, claro. Las chicas no piden salir a un chico nunca, es ley de vida. Ley de mi cole, más bien. Pedro le había pedido salir a Vanesa, y Daniel a Sara, pero en cambio no conocía a ninguna chica que le hubiese pedido salir a un chico. No iba a hacerlo yo tampoco, claro. Seguro que lo hacía él. Estaba enamorado de mí. 
El dieciocho de enero, vi como entraba por la cancela del cole, sonriendo mientras sus orejas se balanceaban arriba y abajo, con su mochila de Spiderman y su chaqueton azul o color Doraemon, como él decía. Estaba como siempre, hecho todo un hombretón. Entonces vi como llevaba en la mano la flor que me había robado en primavera. Me la iba a regalar y yo iba en chándal. Podía haberme vestido un poco más guapa si hubiese sabido que me iba a pedir salir hoy pero bueno... Celia se acercó a saludarle. De repente ella tenía mi flor en su mano. Desde entonces, odio las flores. Todas y cada una de ellas. 

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